Paul Ricoeur, una reflexión sobre la memoria y el reconocimiento como forma de solidaridad.
Hay una imagen muy apreciada por el filósofo Paul Ricoeur, y se encuentra en las Confesiones de San Agustin: la memoria como una palacio en el que cada estancia corresponde a una clasificación en la memoria. Desde hace unos años, este autor donde convergen varias disciplinas, historia, filosofía, sicoanálisis y espistemología, viene haciendo un trabajo de fondo sobre lo que significa el trabajo de memoria y su lado opuesto, el olvido. Para Ricoeur no se trata de un olvido solamente instántaneo, una cura de cosas que se han vivido y que es necesario olvidar para no terminar saturado de recuerdos como el caso del personaje de Borges, Funes, el memorioso, sino de un olvido terapéutico, de un trabajo de duelo en el que toda persona puede tener un rol activo.
En su libro La memoria, la historia y el olvido ( Trotta, 2004), el filósofo emplea la palabra “marca” para hacernos entender que algunos hechos dolorosos dejan una huella que podría ser incluso una herida. Recordamos, pero recordamos mal, con algunos vacíos de información y con alteraciones, puesto que nuestra lectura de la historia y su interpretación estará siempre limitada por nuestra capacidad de memoria, o nuestro querer recordar con exactitud experiencias que en realidad queremos dejar en el olvido. Ricoeur, en este aspecto es uno de los críticos más audaces de la corriente negacionista que pretende minimizar los efectos del Holocausto, lo que le ha creado una imagen polémica. Sin embargo, lo más importante es el lugar donde sitúa su reflexión, en aquel de una perspectiva contemporánea en el cual no se abandone los instrumentos con los cuales podemos comprender mejor ciertos aspectos de nuestra vida contemporánea. Por ejemplo, el hecho de querer crear una plataforma internacional constituída por historiadores, filósofos, psiconalaistas y pensadores para comprender el grave problema entre Israel y la Palestina es una forma de querer “recordar bien” que se podría uibicar cerca del esfuerzo de Paul Ricoeur por darle a la memoria una forma activa.
Para poder contar nuestra propia historia, para saber quiénes la conforman, es necesario reconocer a los protagonistas. El nuevo libro de Ricoeur, reúne tres estudios sobre lo que significa el Reconocimiento (Parcours de la reconaissance, Stock 2004, aún sin traducir). Está claro que sin saber reconocer al “otro” no podemos saber quiénes somos nosotros mismos. Es a partir de este dilema que hace una búsqueda en el plano filosófico y semántico de la palabra Reconocer. “Este ensayo ha sido sucitado por un sentimiento de perplejidad concerniente al estatuto del término “reconocimiento” en el plano del discurso filosófico ([1]), escribe Ricoeur con una clara intención de darle a este término una categoría de compromiso y de búsqueda afectiva de la aceptación.
Si el primer estudio analiza las resonancias y sentidos de la palabra Reconocer, desde Descartes hasta Kant, uno de los capítulos integrados al final de este libro, el más interesante a mi modo de ver, es el que lleva como título La lucha por le reconocimiento y el amor. Este reconocimiento es sobre todo el reconocimiento de uno mismo en los ojos de un extraño. Desde Aristóteles, Ricoeur recorre los diferentes niveles del reconocimiento, desde el más primario y natural, la familia y el entorno, hasta el más individual, el amor sensual y la amistad, incluidos el reconicimiento en el seno de la sociedad, estima social, etc... Todo esto culmina en el ágape griego, en esa reunión, y estado de paz, que interpreta como un símbolo de la equivalencia y de la reciprocidad.
Lo importante es que el individuo se encuentre en capacidad de poder contar su historia, contar-se de manera activa y pese a la fragmentación de la histroria a la cual se ve confrontado. Los anásilis de Ricoeur nos llevan a hacernos la pregunta: ¿si se nos reconoce, en el sentido más noble de este término, expresaremos a nuestro turno la gratitud? Hay que buscar la respuesta.
Paul Ricoeur, La historia, la memoria y el olvido, Trotta, 2004.
655 pg.
[1] Traducción de la autora del artículo.
En su libro La memoria, la historia y el olvido ( Trotta, 2004), el filósofo emplea la palabra “marca” para hacernos entender que algunos hechos dolorosos dejan una huella que podría ser incluso una herida. Recordamos, pero recordamos mal, con algunos vacíos de información y con alteraciones, puesto que nuestra lectura de la historia y su interpretación estará siempre limitada por nuestra capacidad de memoria, o nuestro querer recordar con exactitud experiencias que en realidad queremos dejar en el olvido. Ricoeur, en este aspecto es uno de los críticos más audaces de la corriente negacionista que pretende minimizar los efectos del Holocausto, lo que le ha creado una imagen polémica. Sin embargo, lo más importante es el lugar donde sitúa su reflexión, en aquel de una perspectiva contemporánea en el cual no se abandone los instrumentos con los cuales podemos comprender mejor ciertos aspectos de nuestra vida contemporánea. Por ejemplo, el hecho de querer crear una plataforma internacional constituída por historiadores, filósofos, psiconalaistas y pensadores para comprender el grave problema entre Israel y la Palestina es una forma de querer “recordar bien” que se podría uibicar cerca del esfuerzo de Paul Ricoeur por darle a la memoria una forma activa.
Para poder contar nuestra propia historia, para saber quiénes la conforman, es necesario reconocer a los protagonistas. El nuevo libro de Ricoeur, reúne tres estudios sobre lo que significa el Reconocimiento (Parcours de la reconaissance, Stock 2004, aún sin traducir). Está claro que sin saber reconocer al “otro” no podemos saber quiénes somos nosotros mismos. Es a partir de este dilema que hace una búsqueda en el plano filosófico y semántico de la palabra Reconocer. “Este ensayo ha sido sucitado por un sentimiento de perplejidad concerniente al estatuto del término “reconocimiento” en el plano del discurso filosófico ([1]), escribe Ricoeur con una clara intención de darle a este término una categoría de compromiso y de búsqueda afectiva de la aceptación.
Si el primer estudio analiza las resonancias y sentidos de la palabra Reconocer, desde Descartes hasta Kant, uno de los capítulos integrados al final de este libro, el más interesante a mi modo de ver, es el que lleva como título La lucha por le reconocimiento y el amor. Este reconocimiento es sobre todo el reconocimiento de uno mismo en los ojos de un extraño. Desde Aristóteles, Ricoeur recorre los diferentes niveles del reconocimiento, desde el más primario y natural, la familia y el entorno, hasta el más individual, el amor sensual y la amistad, incluidos el reconicimiento en el seno de la sociedad, estima social, etc... Todo esto culmina en el ágape griego, en esa reunión, y estado de paz, que interpreta como un símbolo de la equivalencia y de la reciprocidad.
Lo importante es que el individuo se encuentre en capacidad de poder contar su historia, contar-se de manera activa y pese a la fragmentación de la histroria a la cual se ve confrontado. Los anásilis de Ricoeur nos llevan a hacernos la pregunta: ¿si se nos reconoce, en el sentido más noble de este término, expresaremos a nuestro turno la gratitud? Hay que buscar la respuesta.
Paul Ricoeur, La historia, la memoria y el olvido, Trotta, 2004.
655 pg.
[1] Traducción de la autora del artículo.
4 Comments:
Excelente artículo, felicidades.
Estaba leyendo a Ricoeur desde una perspectiva latinoamericana y se me cae a pedazos cuando lo leo desde una perspectiva geopolitica del conocimiento. De todos modos, sigo leyendo Ricouer aun despues de sus miopias.
Usted escribe muy bien, la felicito.
La memoria y el olvido se revelan en la narración, la pretendida universalidad y racionalidad de la modernidad no da respuesta a los discursos de todos los pueblos. ¿ de cuál historia estamos hablando? Escuchando relatos he comprendido que toda historia - practica de vida- emana de un contexto histórico particular.
muy bueno el articulo, no dejen de hacer interesante este espacio...
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