Friday, July 08, 2005

Eros en la mirada

Eros en las miradas

Acaban de estrenar una trilogía sobre el tema de Eros hecha por Michelangelo Antonioni, Steven Soderbergh y Wong Kar-Wai (In the Mood for Love), uno de los cineastas chinos más heteróclitosen la actualidad. Impresiona la forma en cómo Antonioni (quien influenció la Nouvelle Vague), un hombre anciano, es capaz de hacer una versión tan fresca acerca de la sensualidad. Se trata de una pareja joven que atraviesa una crisis y que luego encuentra una forma de salir de su encierro, una tercera persona, una mujer, que actúa como catarsis. Es curioso porque esto plantea otro tipo de relación, la relación abierta y no exclusiva. Aceptar que el deseo no se puede restringir a una sola persona o a un sólo objeto. Una visión plural, inteligente. Soderbergh, menos impresionante, más ceñido a las pautas cinematográficas, menos personal. Y Wong Kar-Wai, no pude verlo porque sonó el celular y tuve que salir disparada a una cita que había olvidado. Ojalá pronto se estrene en Limay ojalá pueda ver ahí el final.

Tony Blair


Después del atentado de ayer dos cosas han quedado claras: ningún país está a salvo del terrorismo. Esto parece confirmar el hecho de que los sistemas políticos son frágiles, sobre todo las democracias. Pero esa fragilidad, aquélla que se expresa en los comentarios de los londinenses, es también la prueba de que la democracia existe, es lo que le da sentido: aceptar este tipo de ataques, aceptar su vulnerabilidad sin convertirla en respuesta agresiva ni en sed de venganza. Ningún londinense ha tenido una reacción violenta, catastrófica o desesperada, sino serena y confiada. Tony Blair abandonó su reunión en Escocia con los países del G8, sin olvidó lo que lo motivaba: la discusión sobre el recalentamiento del planeta y la probreza en el África, algo urgente. Luego los comentarios sobre la forma en cómo han reaccionado los ingleses, han variado, desde aquéllos que condenan una reacción tan débil (ningún discurso policíaco sino reflexivo hasta ahora, el mejor, el del Alcalde de Londres quien resaltó sus ganas de que esa ciudad siga estando abierta al mundo, acogiendo a todas las culturas) hasta aquéllos que dicen que el terrorismo responde a una fuerza de destrucción sin objeto, nihilista o aquéllos que ven en la pobreza (Blair) un origen. Cuando los comentaristas dicen que si el terrorismo se debiera al hambre, el África sería el primer país terrorista, se precipitan un poco al olvidar que las guerras fraticidas allí no han cesado desde hace años y que el terrorismo no es sólo aquel que está dirigido a los países occidentales o capitalistas, es también el que está dirigido a los habitantes del propio país, como el caso del Perú en los años de Sendero Luminoso. Claro que el terrorismo es alentado por personas que provienen de las clase mediay casi siempre son ellos los ideólogos, pero los que ejecutan, los que ponen bombas y hacen de kamikazes, son nihilistas desesperados, dispuestos a todo, con un sol funesto en el horizonte, sin ganas de ver la luz y respetar la vida. Por eso Blair no está del todo equivocado cuando dice que hay que empezar a combatir la pobreza para cambiar la desesperanza y la violencia en diálogo y creatividad y bienestar. Para que vuelva a dominar erosy no tánatos.

Tuesday, July 05, 2005

Paul Ricoeur, una reflexión sobre la memoria y el reconocimiento como forma de solidaridad.

Hay una imagen muy apreciada por el filósofo Paul Ricoeur, y se encuentra en las Confesiones de San Agustin: la memoria como una palacio en el que cada estancia corresponde a una clasificación en la memoria. Desde hace unos años, este autor donde convergen varias disciplinas, historia, filosofía, sicoanálisis y espistemología, viene haciendo un trabajo de fondo sobre lo que significa el trabajo de memoria y su lado opuesto, el olvido. Para Ricoeur no se trata de un olvido solamente instántaneo, una cura de cosas que se han vivido y que es necesario olvidar para no terminar saturado de recuerdos como el caso del personaje de Borges, Funes, el memorioso, sino de un olvido terapéutico, de un trabajo de duelo en el que toda persona puede tener un rol activo.
En su libro La memoria, la historia y el olvido ( Trotta, 2004), el filósofo emplea la palabra “marca” para hacernos entender que algunos hechos dolorosos dejan una huella que podría ser incluso una herida. Recordamos, pero recordamos mal, con algunos vacíos de información y con alteraciones, puesto que nuestra lectura de la historia y su interpretación estará siempre limitada por nuestra capacidad de memoria, o nuestro querer recordar con exactitud experiencias que en realidad queremos dejar en el olvido. Ricoeur, en este aspecto es uno de los críticos más audaces de la corriente negacionista que pretende minimizar los efectos del Holocausto, lo que le ha creado una imagen polémica. Sin embargo, lo más importante es el lugar donde sitúa su reflexión, en aquel de una perspectiva contemporánea en el cual no se abandone los instrumentos con los cuales podemos comprender mejor ciertos aspectos de nuestra vida contemporánea. Por ejemplo, el hecho de querer crear una plataforma internacional constituída por historiadores, filósofos, psiconalaistas y pensadores para comprender el grave problema entre Israel y la Palestina es una forma de querer “recordar bien” que se podría uibicar cerca del esfuerzo de Paul Ricoeur por darle a la memoria una forma activa.
Para poder contar nuestra propia historia, para saber quiénes la conforman, es necesario reconocer a los protagonistas. El nuevo libro de Ricoeur, reúne tres estudios sobre lo que significa el Reconocimiento (Parcours de la reconaissance, Stock 2004, aún sin traducir). Está claro que sin saber reconocer al “otro” no podemos saber quiénes somos nosotros mismos. Es a partir de este dilema que hace una búsqueda en el plano filosófico y semántico de la palabra Reconocer. “Este ensayo ha sido sucitado por un sentimiento de perplejidad concerniente al estatuto del término “reconocimiento” en el plano del discurso filosófico (
[1]), escribe Ricoeur con una clara intención de darle a este término una categoría de compromiso y de búsqueda afectiva de la aceptación.
Si el primer estudio analiza las resonancias y sentidos de la palabra Reconocer, desde Descartes hasta Kant, uno de los capítulos integrados al final de este libro, el más interesante a mi modo de ver, es el que lleva como título La lucha por le reconocimiento y el amor. Este reconocimiento es sobre todo el reconocimiento de uno mismo en los ojos de un extraño. Desde Aristóteles, Ricoeur recorre los diferentes niveles del reconocimiento, desde el más primario y natural, la familia y el entorno, hasta el más individual, el amor sensual y la amistad, incluidos el reconicimiento en el seno de la sociedad, estima social, etc... Todo esto culmina en el ágape griego, en esa reunión, y estado de paz, que interpreta como un símbolo de la equivalencia y de la reciprocidad.
Lo importante es que el individuo se encuentre en capacidad de poder contar su historia, contar-se de manera activa y pese a la fragmentación de la histroria a la cual se ve confrontado. Los anásilis de Ricoeur nos llevan a hacernos la pregunta: ¿si se nos reconoce, en el sentido más noble de este término, expresaremos a nuestro turno la gratitud? Hay que buscar la respuesta.

Paul Ricoeur, La historia, la memoria y el olvido, Trotta, 2004.
655 pg.

[1] Traducción de la autora del artículo.

Marina Tsvetaéva, una vida al borde del precipicio

La reciente publicación de sus Confesiones, recuerda el dolor de la guerra

La vida de Marina Svetaeva (1892-1941), atravesó su época como un cometa, a toda velocidad y de forma incandescente. Esta poeta rusa, en quien todo el mundo reconoce una de esas pérdidas trágicas que produjo la guerra, es el símbolo de la vitalidad creativa, de la insumisión individual, y de los límites de la acción frente a lo irreversible del exilio a una tierra inhóspita que arrojó a esta ecritora de lo que consideraba como un valor supremo: la capacidad de pensar y de escribir.
La poeta viaja muy pronto al extranjero. Destino: París. Su padre es un profesor de letras y su madre una reconocida pianista que muere muy joven dejando a Svetaeva la primera impresión de desamparo y de conocimiento de su propia vulnerabilidad. A los dieciocho años publica su primer libro de poemas, luego vendrá el famoso Lanterna mágica, con poemas incandescentes, apasionados por mostrar una manera de concebir el mundo, una especie de divisa que mantendrá hasta el final de sus días, la dignidad de la creación. No una creación como resultado de la vida, sino la creación para engendrarse a sí misma. Como ecribe Tzvetan Todorov en su prefacio a la reciente publicación de sus Confesiones (Robert Laffont 2005), es una biografía en el sentido literal, una vida escritura la que se nos entrega en esta recopilación de cartas, anotaciones, y textos. Si la poesía de Svetaeva es apreciada por su intensidad, sus escritos en prosa revelan los contornos de esta vida sacudida por experiencias dislocadas, transformadas por las manos de la poeta en huella personal. Svetaeva escribe:
No amo la vida como es, para mí no comienza a significar, es decir, a tener peso, transfigurada en el arte.Ese amor apasionado por vivir una especie de carpe diem constante, hace de ella un pesonaje trágico, decidida como estuvo a no ser epigonal de ninguno de los escritores de su época, Maiakovski, Pasternak, Pushkin, e incluso, Rilke, con quien mantuvo una apasionada correspondencia. Ella se insurgió contra esas herencias que la siguieron en su travesía europea, y durante catorce años en París, antes de morir a su regreso a Rusia, en 1941. Todo empieza por un matrimonio (1912) con un joven oficial ruso de la armada blanca, Serguei Efron, muy pronto involucrado en los hechos sangrientos de la revolución bolchevique, más tarde deportado, por lo que Marina se ve obligada a seguirlo, debido a unas condiciones de vida miserables. Una de sus hijas ha muerto de hambre y cuando ella decide ir a reunirse con su esposo en la ciudad de Praga, el caos y el infortunio han empezado a tejer sus redes. En 1925, la poeta decide fugar con Serguei y su hija Alia a París para de huir de la pobreza y la precariedad en que se había sumido su familia luego de los acontencimientos de octubre. Sobre París ella había escrito en su primera visita a los dieciséis años: Rumor de boulevares nocturnos/ El último rayo de sol se extingue/ Por todas partes parejas y parejas/ El temblor de los labios y la audacia de los ojos/ Durante toda su vida, Svetaeva no dejará que ese fuego, ese ardor, se extinga: todo en mí es fuego, escribe a una amiga, atrapada en la lucha entre el mito de Phyque y Eva, dos tensiones, pensamiento y cuerpo. El cuerpo para Marina siempre pasó después del alma. Con Boris Pasternak, esa tensión encontró su medida, entre poeta y poeta, entre el amor amical y la pasión amorosa: Deseo un hijo de él, para que viva a través de mí. Si eso no se realiza, mi vida no será completa, ni su proyecto. Nada de eso se realiza, ni sus ganas de ver editados sus libros, que después de su fuga de Rusia han caído en el olvido, el desdén del medio literario ruso trasnfigurado por los nuevos valores de la revolución que nada tienen que ver con la literatura, ayudan al silencio y Marina ve su obra marginada: El poeta no puede servir al poder porque es él mismo el poder, el poeta no puede servir al pueblo, porque él mismo es el pueblo. El día en que Svetaeva ve declinar esas fuerzas de escribir, su único refugio, su único amor, más allá de todas las pasiones fulgurantes por las que ha estado marcada su vida, sabe que dejará de existir. Su hija Alia, su esposo, y su hijo nacido en Francia, a quien llamaba Mour, deciden su regreso a Rusia, poco antes del estallido de la Segunda Guerra. Alia será deportada en el Goulag, Serguei, convertido en espía soviético durante sus últimos años en París, arrestado y también deportado, y Mour, fascinado por la Unión Soviética, no verá el peligro. Cuando Svetaeva decide volver, se produce la invasióna alemana obligándola a refugiarse en un lugar abominable en la campiña rusa, lugar que le recordará su triste vida en las afueras de París. Esta vez, intuye el final. El trabajo y el hambre se imponen muy rápido. La síntesis de esa situación es una carta desesperada al dueño de un bar para conseguir trabajo lavando platos. Este será, como dice Todorov, uno de los escándalos de la literatura rusa. Es el corolario, poco después, Marina Svetaeva termina con esa vida de la cual había escrito el epitafio: Y mi ceniza será más cálida que su vida.